| Amir Thaleb Life.com | Humanidad, bendita humanidad que debería acompañarnos a lo largo y a lo ancho de nuestra vida. En cambio, es un regalo que —como en la búsqueda del tesoro— hay que encontrarlo después de recorrer bastos caminos de encuentros y desencuentros. Y así fui yo recorriendo las encrucijadas de la vida, preparándome sin saber para el encuentro de este gran tesoro denominado “mi propia humanidad”.
Sabemos que nacemos humanos, pero solo en la evolución y en el crecimiento interior podemos ir descubriendo aquello que en su conjunto conforma el mundo interior de nuestro ser. Todo aquello que yace sepultado debajo de las grandes máscaras que, por diferentes circunstancias, vamos adquiriendo con el correr de nuestros días.
Les contaba en mi anterior capítulo que me había perdido, sabía desde lo más íntimo de mi ser que no se trataba de una calle o de la ubicación de un hotel, sino de algo mucho más profundo. Significaba el primer bramido desesperado por reencontrar mis propios sentidos, anestesiados a través de los años por la necesidad de mostrarme fuerte, sin poder serlo en verdad. Los miedos y la incertidumbre se habían apoderado de mí, y había perdido el camino —por lo menos, así creía yo—, pero la vida tiene esas escaramuzas que hacen creerte cosas que en |
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| En busca de mi propia humanidad | realidad no son. Sin embargo, uno debe darse cuenta de esto solo, como producto del propio crecimiento.
¿Qué significa para mí encontrar la propia humanidad? Significa encontrar todo aquello que nos acerca a nuestra verdadera esencia, no desde el punto de vista científico, sino desde aquel simple hecho de poder conectarnos con lo que verdaderamente sentimos, creemos, pensamos y accionamos en la vida. No me refiero a aquellas cosas que creemos que debemos ser, sino a las que realmente somos como seres humanos, a los sentimientos más reales. Como dijo una vez una psicóloga: “Hablemos de aquellas cosas de las que nunca se hablan, de las que no nos atrevemos ni siquiera a pensar”. | | |
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