Llegando a Buenos Aires.

Obviamente ese ritmo diario no pude soportarlo ni sostenerlo mucho tiempo, y al cabo de unos meses empecé a faltar al colegio, quedándome finalmente libre por las faltas.
Todo esto sin que mis tíos lo supieran. Luego me enfermé y los médicos me pronosticaron una anemia muy aguda. De esta manera, y como era obvio, explotó el volcán. Se enteró toda mi familia y mis padres decidieron llevarme a Mar del Plata nuevamente.

Una vez allí, estuve más de un mes y medio prácticamente tirado en mi cama con una gran depresión. Yo quería regresar, pero aun mis padres tenían poder sobre mí y no tuve opción. No estudiaba, no trabajaba y menos bailaba. A los dos meses mis padres dijeron basta y me mandaron a trabajar a una fábrica de muebles y mesadas para cocina. Un ámbito que nada tenía que ver conmigo. Apenas duré un mes trabajando allí. Ahí comprendí que era mejor que buscara trabajo por mi propia cuenta. Conseguí de cadete y ascensorista en el Hotel Hurlingham. Estuve una temporada de verano y a la siguiente me ascendieron a telefonista, puesto de trabajo que deseaba mucho, porque significaba estar sentado todo el día, escuchando las conversaciones de los pasajeros y divirtiéndome con eso.