| | Amir Thaleb Life.com | 
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| | | Luego de veinticinco maravillosos días en la tierra de los faraones, volé hacia Atenas, Grecia.
Este país me permitió encontrar el punto justo de equilibrio entre mi cultura occidental y oriental con la que había sido criado. Grecia era el punto exacto y respondía a la pregunta sobre quien era yo en realidad, culturalmente hablando. La occidentalidad cultural en una atmósfera de exquisito gusto oriental al mismo instante, ese soy yo, eso es lo mío, ni mucho de uno ni mucho del otro. Soy latino donde quiera que vaya.
Viví los diez días más felices de mi vida, enamorado de ese mundo que expresa toda su riqueza y su fuerza espiritual a través de la danza, sin tapujos, sin tabúes, sin señalarte con el dedo. Pura expresión viva. Ellos allá eran muy diferentes a los |
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| Egipto... Un antes y un después en mi danza. | griegos que había conocido durante mis años de bailarín oriental en las tabernas griegas de Buenos Aires, donde también me gané la vida.
“Opa Malaka” me divertía gritar junto a ellos. Me cautivaron sus formas, su cultura pero sobre todas las cosas, su mentalidad y su maravillosa hospitalidad. En una oportunidad en Acapulco, México, me hice amigo de un griego llamado Vasilis y cuando se enteró que iba a Egipto, me llamó a la madrugada a mi casa para decirme: —¡Malaka vas a ir a Egipto y no vas
a venir a mi casa que estás tan solo a dos horas de avión¡ ¡De ninguna manera, aquí te espero! —Y no dudé en decirle que sí.
| Me hospedé en su casa, nada más y nada menos que en pleno barrio de Plaka, el ventanal de su casa daba frente al Partenón. Me cautivaba desayunar cada mañana admirándolo en todas sus |  | formas. Nos encantaba ponernos a bailar Chiftetelli, yo me movía y él me corregía: —Así no, eso es muy árabe, el griego es mas así —y así pasábamos largas horas bailando. Cada tarde |
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