espera de un papá. Una vez le dije: “Tengo un problema: necesito un padre y sólo te
tengo a vos. ¿Qué hacemos?”. Mi padre sacó una píldora para el
corazón, la puso bajo su lengua y no dijo nada. Al tiempo, intentó
ser más normal pero no le salió. Ninguno de nosotros éramos
normales, todo siempre fue demasiado especial.
Nos veíamos cada dos meses, él vivía en Mar del Plata y yo aquí
en Buenos Aires. En una ocasión, soñé que lo ahogaba en un charco
de agua. Me sentí muy mal cuando desperté, pero de alguna manera, un
poco más liberado también.
Había una canción árabe que me conmovía profundamente, me
emocionaba, pero nunca hablé árabe, por ende, nunca entendí que decía
esa canción. Igualmente me conmovía el alma.
Una mañana, mi padre llegó de
viaje y lo invité a pasar el día en mi casa. Recuerdo que charlamos
mucho de la vida, me habló de su juventud y de todos los trabajos que
había tenido hasta lograr su título de periodista y de martillero
público. Esa fue la tarde en que le pedí que me tradujera la canción y
ésta decía lo
siguiente:
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Mi padre y yo...
Levántate, que detrás de la atmósfera
nace una semilla inmensa,
junto a la creación de los paraísos.
Levántate, que detrás de cada noche oscura
las mareas se engrandecen.
Levántate, que detrás de las olas
el corazón que se entristece
se encuentra con el cariño.
Levántate, que mirando al cielo
oirás dulces voces de melodías.
Levántate, que en cada caída,
estarán mis brazos para recogerte.
Levántate, que luego de cada noche
nace un nuevo y brillante día.
Con esa canción se despidió para siempre.
Fue el último
recuerdo de una tarde juntos. A la semana… murió.
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